lunes, 26 de marzo de 2012

La conciencia del Yo

En la novela de Xingjian se distinguen ciertos temas recurrentes. Son temas que parecen rondar la cabeza del autor. Tal vez se trata de inquietudes urgentes, que el autor ‘digiere’ durante el ejercicio de escribir, bien como elemento central de alguna narración o en forma directa como reflexiones personales. Algunos de los temas más recurrentes son:

- El deseo sexual y el amor
- La búsqueda de lo ‘natural’, lo ‘puro’ como ultimo resguardo de la esencia y sentido de la vida
- La naturaleza del yo

Se podría decir que éste último tema circunscribe a la obra casi en su totalidad. La apuesta por intercalar capítulos en primera y en segunda persona, es sin duda una de las consecuencias de la perspectiva del autor frente a la conciencia del yo. Ésta inquietud también se reflejada en diferentes reflexiones a lo largo del texto. Pero es en especial en los capítulos 26 y 52 donde el autor nos comparte su temor y repudio a ese “maldito ‘yo’ [que] no se ama más que así mismo con locura.” (C.52 p.408)

Xingjian comienza el capitulo 26, recordándonos la naturaleza ‘mutante’ del yo:

“Si concentras tu atención en tu yo, te das cuenta de que se aleja paulatinamente de la imagen que te es familiar, que se multiplica y reviste rostros que te asombran”. (C.26 p.205)

Éste ‘yo’ no solo es de poco fiar, si no que además tiene una tendencia natural de proyectarse a si mismo en los demás. La tendencia a buscar rostros familiares, patrones que más o menos quepan en la lógica individual:

“… o incluso dando un paseo por la calle, no elegía más que los rostros o las siluetas próximas a aquellos que me resultaban familiares… Cuando observo a los otros, los considero como espejos que me devuelven mi propia imagen” (C.26 p.206)

Esta comprensión del prójimo es pues “superficial y arbitraria”. Para Xingjian, éste mecanismo subjetivo, imperfecto y arbitrario de comprensión de ‘el otro’ deriva en (o tal vez desciende de) la naturaleza egoísta y arrogante del yo:

“El problema radica en la toma de conciencia interior de mi yo, ese monstruo que me atormenta sin cesar. El amor propio, la autodestrucción, la reserva, la arrogancia, la satisfacción y la tristeza, los celos y el odio, provienen de él, el yo es de hecho la fuente de la desdicha de la humanidad”. (C.26 p.206-207)

Xingjian también nos propone una posible explicación sobre la evolución de la conciencia individual (y por simetría también de la conciencia colectiva). En su versión, el hombre primitivo carecía de conciencia individual. Ésta emergería muy temprano como consecuencia del temor a la muerte. En éste estadio, el conocimiento de si mismo provenía del temor a lo que el otro (el ‘tú’) era capaz de infringir en mi persona:

“...lo ajeno al ‘yo’ se transformó en lo que se denomina el ‘tú’… Sólo el hecho de apresar o de ser apresado, de estar sometido o de someter, le confirmaba en su existencia.” (C.51 p.400)

De forma similar aparecería la tercera persona:

“...fue la existencia de eres diferentes la que hizo retroceder la conciencia del ‘yo’ y del ‘tú’”. (ídem)

En mi opinión, un elemento decisivo, el ‘motor’ que alimenta la inquietud y la perspectiva del autor hacia la conciencia individual es una muy personal e irremediable soledad. Ésta angustia de hecho se podría interpretar como la fuente o el impulso básico que desencadenaría la construcción de su obra. El relato (si así se puede llamar) de un viaje espiritual en busca de ‘el sentido’ de su propia vida. Sin embargo este tema daría mucho de que hablar. Por ahora baste con detenerse en el capítulo 52. Es allí donde aparece una muy corta mención a esta soledad y como de ella podría desprender el impulso creador de la novela:

“Sabes que mi soledad es irremediable, …, no puedo recurrir a otro que a mí como interlocutor de mis discusiones”. (C.52 p.405)

En este proceso creador, el ‘tú’ es objeto del relato e interlocutor del ‘yo’. Como el ‘yo’, este ‘tú’ adolece de cierta indefinición (la mutación constante, entre lo vivido, lo soñado, lo recordado, lo sentido y lo interpretado) y por su puesto de soledad. La soledad del ‘tú’ engendrará pues a ‘ella’, quien dará forma a toda suerte de experiencias, fantasmas e ilusiones ligados a las relaciones con las mujeres.

Más que una obra acabada, la novela deja en mi la sensación de ser un extenso borrador. Una colección más o menos congruente de elementos, algunos de ellos muy finamente detallados, otros más bien bosquejados. Así la obra es (al igual que el yo) mutante. De ser un relato (o dos relatos) sobre el derrotero concreto hacia la montana del alma se transfigura en un viaje más de carácter intimo, espiritual.

Xingjian logra introducirnos en una atmosfera de soledad y desesperanza muy individual. No solo a través de sus disquisiciones filosóficas, si no también a través de fracciones de recuerdos de niñez, fantasías, temores, leyendas, mitos, descripciones de paisajes bucólicos y, muy en especial, los diálogos entre ‘tú’ y ‘ella’. Con estos diálogos Xingjian parece presentarnos pruebas fehacientes de la brecha insuperable entre los sexos. Una demonstración de la imposibilidad de la comprensión y la unidad. Un espacio intermedio en donde el ‘yo’ y el ‘tu’ se disipen en un ‘nosotros’ es para el autor una opción inverosímil.

Ésta es una de las cualidades del Autor. A través de su narración, Xingjian construye un mundo donde los espacios para la bondad se reducen al imposible. ‘Ella’ parece percibir esta tendencia del autor cuando dice que sus ‘historias son cada vez más perversas, cada vez más triviales.’ (C.31, p.241). De hecho, para Xingjian es el temor al otro la fuente que da vida a la conciencia individual. Otras opciones como la satisfacción en la acción mancomunada, la bondad o la ternura parecen estar desterradas, o pertenecer a construcciones ‘a posteriori’. Lo más básico, lo más puro, lo más natural es destilado en el capitulo 80: el dolor, el miedo, la soledad total.